La añada es el año en el que las uvas se han cultivado y vendimiado. Por tanto, si una botella de vino tiene el año impreso en su etiqueta, ello quiere decir que el vino es de una añada en concreto. Si un vino no indica la añada en su etiqueta probablemente sea una mezcla de vinos de diferentes años, como ocurre en la mayoría de los Champagnes. La mezcla de vinos permite a los enólogos mantener un estilo propio y no depender de las variaciones de las añadas.
Para madurar correctamente las uvas necesitan una combinación de agua, luz solar, calor y frío, en las proporciones adecuadas y en el momento adecuado. En general, un buen año es cuando a un invierno frío y lluvioso le sigue una primavera suave y un verano largo y seco, con días cálidos y noches frescas, creando un equilibrio de fruta y acidez. Por el contrario, un mal año para que las uvas maduren es cuando hace demasiado frío durante la primavera o llueve en exceso en verano, lo que da lugar a vinos sin equilibrio. Los cambios meteorológicos afectan a las condiciones de cultivo y, como consecuencia, a la maduración y el estado de las uvas.
La utilización de tecnología moderna y la capacidad de los enólogos de mezclar vinos de diferentes viñedos pueden conseguir que año tras año se mantenga relativamente la calidad del vino. Por ello, hay menos variación en la añada y en el vino.
Elegir un vino puede ser suficientemente complicado para además tener que recordar la añada. Así que ten en cuenta que la mayoría de los vinos que se están haciendo ahora, probablemente el 90%, es para que sean consumidos entre un año y dos después de la vendimia. En general, la calidad de los vinos más jóvenes ha mejorado enormemente en los últimos años.